María, consultora de proyectos europeos, decidió utilizar ChatGPT para perfeccionar el primer borrador de su solicitud. La inteligencia artificial le ayudó a organizar sus ideas y mejorar la redacción. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que, al no leer el pliego en profundidad, podría introducir imprecisiones que le costarían puntos. El resultado fue la aparición de discrepancias en los costes elegibles y una gestión inadecuada del compromiso con el RGPD, lo que llevó a que su proyecto no fuera seleccionado.
La Comisión Europea considera la IA como un asistente de oficina: útil para escribir y corregir, pero incapaz de comprender una llamada a propuesta con el mismo nivel de precisión que un experto humano. Permitir que la IA haga todo el trabajo significa renunciar al juicio crítico que es esencial en este proceso.
Abusar de esta herramienta puede resultar en una propuesta superficial y genérica, aumentando el riesgo de errores fácticos o incumplimientos formales. La clave está en encontrar un equilibrio y mantener una supervisión constante.
Es fundamental recordar que cualquier error o multa derivada de un dato incorrecto recae completamente en el solicitante.
La UE exige que se mantenga el control sobre la información: cada cifra, dato o cita generada por IA debe ser verificada contra el pliego, el RGPD y el reglamento de Horizonte Europa. Más allá de ser una herramienta de asistencia, el sistema prohíbe la automatización total sin la intervención humana.
Para evitar caer en trampas, es crucial dedicar tiempo a revisar: asegúrate de que cada sección sea adecuada y ajusta el estilo al tono requerido por la convocatoria. La IA es una herramienta poderosa, pero sin tu criterio experto, puede convertirse en un riesgo en lugar de una ventaja. Recuerda que la responsabilidad plena recae en el solicitante en caso de errores.
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